Pedimos a los legisladores de la Comisión que miraran en sus corazones para recordar a los niños, de las generaciones futuras. No debería haber personas que sufran problemas de salud exacerbados, como asma, cáncer y cardiopatías.

Al oír a los miembros de la comunidad contar sus historias con seriedad, apreté la mandíbula para contener las lágrimas al escuchar sus relatos de lo que una vez fue una feliz aventura en la naturaleza a un sombrío temor por el acceso al agua, el aire y el suelo limpios. Antes podían bañarse en el pantano, beber agua limpia. Ahora comparten la lista de personas que conocen que padecen enfermedades crónicas debido a estas industrias contaminantes no reguladas. Piden que la gente venga a las comunidades para comprender la gravedad de lo que sus comunidades afrontan a diario. Que los reguladores se pongan en su lugar por un día; quizá entonces no sean tan reacios a regular cuando su propia familia y su propia salud se vean afectadas.

Esta no debería ser la realidad para estas comunidades BIPOC de bajos ingresos que ya se enfrentan a barreras económicas y sociales. Por eso es necesario es necesario incorporar la justicia y la equidad medioambientales a la ecuación, para garantizar la salud pública. Es necesario que haya defensores de estas comunidades marginadas.

Ese día recordamos al poder legislativo que la vida no tiene valor económico; recordamos a los organismos que estamos vigilando, que tenemos movimiento, que tenemos comunidad, y que les pediremos cuentas.

Inseguro de los cambios que se harán, inseguro de si la gente realmente escuchó y pudo resonar con mirar en su humanidad para luchar por estas comunidades. Ese día salí del Capitolio entusiasmada por estar rodeada de activistas comunitarios, a los que tanto respeto, que buscan un futuro mejor para las generaciones venideras.

Hubo camaradería al saber que no detendremos la buena lucha.